sábado, 28 de julio de 2012

The Wall

 Una mañana especial, quizá la mas esperada, la mas ansiada cuando uno esta por viajar. Desde temprano pensando como sería verlo, que sensaciones pueden provocar, como se comporta la gente que lo visita, quienes lo hacen. Me contaron muchas anécdotas, unos que se emocionan y otros que sienten que es solo una pared. Toda la curiosidad se mantiene hasta vivirlo. Hoy, al Kotel, al Muro de los Lamentos. Hoy, a ver el lugar en el mundo donde el pueblo judío se identifica y donde se ubico en dos oportunidades el Templo, y que años mas tarde fue destruido por diferentes imperios y causas difíciles de entender.
            En el desayuno nos presentaron a nuevos compañeros: Leandro, Tamar, Danielle, Adaz y Hortal. Son chicos de nuestra edad, parecen mucho más grandes posiblemente porque debieron madurar rápido. Principalmente para realizar los tres años obligatorios de actividad en el ejercito y los 40 días anuales después de terminar este periodo. Solo hablaban ingles, por lo que entre todo intentamos presentarnos y conocernos. En el micro intentaba entender y algunas cosas no entendía. Max con Sami me traducían, pero a veces no exactamente lo que decían, a veces con cosas inventadas subidas de tono ya que igual no entendían.
En casi todas las actividades primero aprendemos a nivel teórico para luego enfrentarnos con lo práctico. Por eso es que en principio vimos una animación, donde esta reconstruido el Templo antes de su destrucción. Es increíble, una arquitectura que con la tecnología de aquel entonces parece utópico que haya sido realizado. En el patio de sus alrededores el tamaño de doce canchas de futbol, una gran escalera para el ingreso de 25 metros de altura con forma oblicua que conforma el arco más grande construido hasta ese momento. Previo al ingreso, las personas debían purificarse y la estructura tenia su techo completamente en oro.
Cuentan que para el Shabat un hombre se encargaba de tocar el shofar para avisarle al pueblo, el sonido llegaba a los oídos de todos los habitantes. Desde cualquier punto de Jerusalem era visto. El cine interactivo del Museo Arqueológico nos llevo por cada rincón, pude trasladarme a aquel lugar, a esos años y ver algo que sucedió hace dos mil años atrás.
  Además, en este museo hay cientos de muestras, diseños a escala, historias, tristezas transmitidas pero con esperanza hacia el futuro. La primera parte que vimos fue el ingreso, que mantiene todo lo posible que quedo después de la destrucción. Piedras en el piso, el principio de la escalera, escritura en una de las piedras y demostración de lo que puede llegar con el odio.
Hicimos una actividad ya conocida de las reuniones previas al viaje. EL conocido “Uy que flash” para contar un poco de nuestras vidas y que los chicos nuevos puedan involucrarse al grupo. Increíble cuando en el momento que entraron a hablar los chicos israelíes lo hicieron en español. Al principio pensamos que habían aprendido una frase y espontáneamente aplaudimos. Pero luego, comentaron que sabían el idioma, era todo una actuación, Leandro nació incluso en Argentina. Al principio sorpresa y después vergüenza por todas las cosas que habíamos dicho delante de ellos. Sami pidió perdón, al igual que Max. Fue muy gracioso el momento, de los más divertidos de los pocos días que llevamos.
Caminamos por el barrio judío, por un mercado y pasamos por un templo nuevo, construido hace dos años por estas calles. También visitamos algunos negocios. Sacamos fotos con una obra de arte que hace alusión a las calles y la gente tradicionalmente de los años que hablamos antes.
Llego el momento, Guido y Tati nos hicieron hacer una fila, uno detrás de otro, agarrados de las manos. La consigna era cerrar los ojos y caminar sin soltarse, guiarse por quien tenias delante tuyo. Bajar ocho escalones subir otros tantos, caminar derecho, doblar con las voces cerca y la gente caminando por al lado. Con un grado de ansiedad, pasos cortos hasta que llegamos al lugar indicado. Tati leyó un cuento que resumía el paso de los años, el significado de lo que teníamos enfrente, pero que todavía no podíamos ver. Las imágenes y la historia aparecían en mi mente como si fuera parte de todos estos años que transcurrieron desde la creación del Templo. Mi cuerpo temblaba y tenia piel de gallina, las manos transpiradas, la respiración acelerada y el sol que hacia aun mas intensa la situación.
¡Abran los ojos! Estaba ahí, la inmensidad del Muro, una imagen muy fuerte, difícil de describir con palabras. La impresión de que el sentido de pertenencia se fortalecía, en ese momento entendí lo que sintieron cada uno de los que me contaron. Lo teníamos a 100 metros de distancia, para verlo todo como una postal. Los ojos de muchos se enrojecieron, algunas lágrimas quedaron incrustadas en el suelo como millones, todas se juntan. Nico me pidió que le sacara una foto, no podía creer que mi mano temblara con esa velocidad, mi interior me transmitía para afuera toda esa adrenalina contenida.
Bajamos a estar cerca, antes de separarnos hombres y mujeres, Benjamin nos contó más de lo que significa. Nos sacamos fotos y cada uno por su lado. Estuve cinco minutos a dos metros sin tocarlo, no podía, me sentí indefenso, extraño. Me detuve a ver como eran las emociones de quienes me rodeaban, mucha gente ortodoxa y otros tantos laicos rezando, emocionados. Llanto que no es de felicidad, tampoco es de tristeza, es un llanto distinto a todos los demás.
Finalmente me anime, toque una de las infinitas piedras que supo mantenerse de pie a pesar de ambas destrucciones. Nunca creí mucho en la religión, pero en el Kotel lo único que se me ocurrió fue hablarle internamente, agradecerle, pedirle deseos. Fue lo que sentí. La particularidad de la división con la mujer no la comparto, encima es notoria la diferencia entre los sectores, mucho mas amplios e importantes del lado del hombre y mujeres subidas a una silla para mirar por encima de las vallas al sector de los hombres. Podría ser una cosa para corregir algún día. Nos fuimos sabiendo que en horas volvíamos para recibir al Shabat.
Media hora tardamos hasta un lugar para comer, fue en un Shuk (mercado) donde vendían de todo, no solo comida y estaba repleto de gente. Esto ocurre todos los viernes, el pueblo va a hacer las compras para el shabat. Comí dos ciruelas y un durazno mientras esperaba a que terminen Nico, Max y Ari sus respectivos falafel.
Volvimos al hotel, un rato para bañarse, descansar y volver al Kotel a empezar el Shabat. Una experiencia hermosa, ver a la gente feliz, abrazada y cantando para recibir el día de descanso. Saltamos con ellos en algunas ocasiones. No se puede creer la gente que había, de todas las corrientes de judaísmo, cada uno a su manera. Deje los deseos míos y los que me habían mandado de casa, con mucha dificultad para encontrar el lugar apropiado.
Volver fue una travesía dolorosa en algún punto. Fue caminando ya que no se puede usar un transporte. Cerca de una hora desde el Muro hasta el hotel, contando y analizando lo que siente cada uno sobre lo que vivimos ya que es muy personal. Cenamos y nos preparamos para una actividad con Beto, el que nos acompaña especialmente para compartir las vivencias de un Shabat en Israel. Es curioso que se vacíe en su gran mayoría.
Tuvimos una actividad para resumir el día, para entender en que consiste el sábado y contar entre todos que es el judaísmo a nivel personal y como se siente estando en el país. Después, me fui directo a dormir, no daba más física ni mentalmente. Los chicos se quedaron en una habitación, haciendo de este el día mas largo y más emocionante de este viaje que ya capturo el nombre de inolvidable.

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1 comentario:

  1. Es un viaje único e inolvidable, disfruta de cada momento que es unico.
    Aca te extrañamos mucho.
    Te quiero.
    Alan.

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